“¡Alégrate, oh pueblo de Sión! ¡Grita de triunfo, oh pueblo de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti. Él es justo y victorioso, pero es humilde, montado en un burro: montado en la cría de una burra.” (Zacarías 9:9 NTV)
Los evangelios relatan que unos días antes de que Jesús fuera entregado y crucificado se cumplió esta profecía de Zacarías con la “entrada triunfal a Jerusalén”. Para un típico espectador romano esta escena no se veía muy triunfal. Porque los reyes que regresaban victoriosos en esos tiempos venían en caballos de guerra, celebrando paradas que duraban días y exhibiendo a los cautivos del conflicto bélico. Los discípulos tampoco entendieron la escena. Dice Juan 12:16 (NTV): “Sus discípulos no entendieron en ese momento que se trataba del cumplimiento de la profecía. Solo después de que Jesús entró en su gloria, se acordaron de lo sucedido y se dieron cuenta de que esas cosas se habían escrito acerca de él.” Y la ciudad de Jerusalén tampoco entendió el momento que vivía. El mismo Jesús dijo: “«¡Cómo quisiera que hoy tú, entre todos los pueblos, entendieras el camino de la paz! Pero ahora es demasiado tarde, y la paz está oculta a tus ojos.” (Lucas 19:42 NTV)
En los tiempos antiguos los reyes montaban en burros o asnas en tiempos de paz y no de guerra. Jesús era el Príncipe de Paz que profetizó Isaías (Isa 9:6) pero Jerusalén, que paradójicamente significa “ciudad de paz” o la que “enseña la paz”, no entendió acerca de la paz. Nosotros también hemos recibido la promesa de la paz pero muchas veces no entendemos acerca de ella. Jesús dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27 LBLA). Pero hay veces que la paz no parece hacer una “entrada triunfal”.
Pensamos que la paz es un sentimiento, una sensación de bienestar, lo que experimentamos cuando hay silencio en la casa, cuando la cuenta de banco está cuadrada, o cuando hay ausencia de conflicto. La visualizamos tan frágil y quebradiza. Pensamos que para tener paz necesitamos la destreza de un malabarista o el equilibrio del acróbata que camina sobre la cuerda floja. Pero nuestra paz es sólida y firme porque es la paz de Jesús.
Cuando el dijo “mi paz os doy” no debemos pensar que esa paz es algo externo a nosotros que viene y va. Es que su gozo ahora es nuestro gozo, su amor ahora es nuestro amor y su paz ahora es nuestra paz. Porque Cristo habita por la fe en nuestros corazones (Efesios 3:17) y porque tenemos su Espíritu Santo que produce ese fruto (Gálatas 5:22). ¿Por qué Jesús podía hablar de la paz sólo horas antes de su sufrimiento en la cruz? Porque Jesús vivía en una relación perfecta de amor y confianza con el Padre.
- Jesús sabía que tenía acceso al Padre (Mateo 10:32-33)
- Jesús se sabía conocido por el Padre (Mateo 11:27)
- Jesús estaba de acuerdo con la voluntad del Padre (Mateo 12:50)
- Jesús descansaba en la soberanía del Padre (Mateo 15:13 y Mateo 24:36)
- Jesús sabía que tenía el favor del Padre (Mateo 26:53)
- Jesús estaba de acuerdo con las prioridades del Padre (Lucas 2:49)
- Jesús entendía perfectamente del amor del Padre (Juan 14:21-23 y Juan 15:10)
Y todo eso es nuestro. Ahora mira tu crisis, lo que te “quita la paz”. Cuán diferente sería si ahora mismo recordaras que tienes acceso, si te supieras conocido por el Padre, si estuvieras de acuerdo con Su voluntad, si descansaras en Su soberanía, si no tuvieras duda alguna de Su favor, si no hubiera conflicto con Sus prioridades, si entendieras perfectamente Su amor.
La paz de Jesús es nuestra. El hizo la paz posible mediante la sangre de su cruz (Colosenses 1:20). Nos justificó y tomó nuestro lugar como sustituto en la cruz para satisfacer eternamente la justicia y la ira de Dios. Por eso ahora tenemos paz CON Dios (Romanos 5:1) y podemos disfrutar la paz DE Dios (Filipenses 4:7).
“La paz os dejo, MI PAZ os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” La paz de Jesús es nuestra paz.
Becky Parrilla.
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